Casemiro ha tenido que derribar muchas puertas hasta hacerse con la vitola de indiscutible en el Real Madrid. La primera, quizá la que más le ha costado, la de aquellos que no comulgan con los futbolistas que son más tácticos que técnicos, más físicos que estéticos, más de los que trabajan por y para el equipo que de los jugones de turno.
Futbolista de rompe y rasga, de pierna dura y, también hay que decirlo, con un toque de agresividad que exaspera en multitud de ocasiones a sus rivales, Casemiro ha acabado por hacerse vital en el Real Madrid. Y no un Madrid cualquiera, lo ha hecho en el que Zinedine Zidane ha llevado a lo más alto, con dos Champions consecutivas (hito histórico del torneo) y con el primer doblete madridista en casi seis décadas.
De la Champions, precisamente, va este reportaje. De la música de Hendel que levanta cualquier estadio, Santiago Bernabéu incluido. La frialdad y exigencia de LaLiga troca en pasión cuando la orejona está en el horizonte. Y es en el Viejo Continente donde Casemito, como le llaman en el vestuario Marcelo y compañía, se ha convertido en un auténtico Rey.
El monarca que afronta su cuarta edición de madridista en la competición que ha ganado en sus tres anteriores aventuras. Un palmarés inmaculado para un futbolista que se ha acabado por convertir en uno de los preferidos del Santiago Bernabéu, siempre tan agradecido con los jugadores que se dejan la piel sobre el césped.
El escudero intocable
El éxito sin fallo de Casemiro es una brutalidad de la que no pueden presumir ni los más grandes de la historia. Un hito que sueña con ampliar ahora que está instalado de forma definitiva entre los intocables de Zizou. Lejos queda cuando, con Ancelotti de jefe y el francés como aprendiz, su aportación fue la del meritorio que apenas jugó 6 partidos y 144 minutos. Aquella conquista, la de Ramos y su cabezazo agónico en Lisboa, quizá no habría llegado sin la providencial aportación del discreto brasileño ante el Borussia Dortmund, uno de los momentos agónicos antes de levantar la Décima.
No valió aquello para hacerse un hueco en un equipo que le mandó de Erasmus a Oporto. Allí creció y creció hasta comprar el billete de vuelta a Chamartín. Más hecho, su inclusión en el once por parte de Zidane (ante el Levante y tras caer en el derbi en casa) levantó un equipo tocado para volar rumbo a dos orejonas más en Milán y Cardiff.
En la primera, de hecho, jugó los 120 minutos de la finalísima (fue de los más destacados y resultó clave para aguantar el empuje rojiblanco durante muchos minutos) y fue clave ante Roma, Wolfsburgo y Manchester City, donde se perdió la vuelta por una lesión.
El curso pasado, por si fuera poca su aportación defensiva, también se sumó en el aspecto goleador. Y no con tantos insignificantes.Se estrenó ante el Nápoles para ayudar a levantar, cuando el Madrid estaba contra las cuerdas, el gol italiano en el Bernabéu. Se coronó en Cardiff con uno de los tantos que le valieron al Madrid para pasar por encima de la Juve en el segundo acto.
Adquirió tanta importancia que Zizou apenas le dio descanso, desde los cruces de octavos, durante los últimos 13 minutos del encuentro del Calderón ante el Atlético, cuando el Madrid ya tenía comprado el boleto para la gran final. Para la nueva edición, Case volverá a jugar un papel fundamental.
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